viernes, 27 de noviembre de 2009

'VETE, TÚ FE TE HA SALVADO'


El mundo está distribuido en dos bandos muy estúpidos: los ricos y los pobres. Entre los ricos están los que manejan la economía, las grandes empresas, los poderosos, los que dominan, los que son escuchados, los que tienen derechos… Entre los pobres están los vulnerables, los sensibles, los indefensos, los que no tienen casa, los mendigos, los enfermos que no tienen plata, los injustamente encarcelados, los nadies… Así era la sociedad en los tiempos de Jesús y sigue así hasta ahora.

Jesús, según los que nos han dicho, era pobre, pero no creo que eso sea tan verdad. Al menos su padre tenía una carpintería, no eran pobres-pobres. Sin embargo, en ese hombre, la gente, por su modo de ser, vio algo más, vio un hombre hecho Dios. Ese modo de ver fue la causa para que muchos escritores se inspiren y elaboren una infinidad de metáforas e historias, en torno a Jesús, que aparecen en la Biblia y en otros libros de ese mismo tiempo. Ahora bien, ¿quiénes pueden ver en él a un hombre hecho Dios? Los que tienen esperanza, los sensibles, los sencillos, los indefensos, los esclavos. A los ricos no les interesa esas cosas, pero sí les interesa que los pobres sigan siendo pobres porque sólo así tendrán apoyo; los esclavos sigan a su mando, porque sólo así tendrán servidumbre; los que tienen esperanza que sigan esperando, porque les conviene.

El mendigo ciego del Evangelio pertenecía a ese grupo, a ese grupo vulnerable, sensible, lleno de esperanza, con ganas de liberarse de su ceguera. Y como la gente hablaba grandes cosas de Jesús, ésta era su oportunidad. Por eso dijo: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! En cuanto la gente le dijo que Jesús te está llamando, el ciego dio un salto y dejando su manto se le acercó. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga contigo? El ciego dijo: -Maestro, ¡haz que vea! Jesús le dijo: -VETE, TU FE TE HA CURADO. Y el hombre recobró la vista. La desgracia, el suplicio, el sufrimiento, la ceguera vivida intensamente, es siempre como un trampolín. Es como subir a la montaña y cuando has llegado a la cumbre, comienzas a ver todo el panorama y la bajada se hace relajada.

Yo tuve la dicha de observar muy de cerca cómo un epiléptico ha llegado a ese nivel de consciencia, es decir, su sufrimiento ha profundizado tanto y terminó curándose. Pero, según los médicos, no había remedio alguno. Por lo que su curación sucedió gracias a su gran fe.

Siempre decía ‘¿por qué yo? ¿Por qué a mi me tuvo que tocar esa desgracia?’ De los modos que se le venía en gana, exigía a Dios. No podías consolar con nada. Su vida, durante más de once años, era un completo infierno, un sufrimiento, un verdadero suplicio que no se notaba externamente. A veces lo encontrabas llorando en el regazo de su madre. Pero llegó un día, en que comenzó a ponerse grave el asunto. Casi durante toda la noche amaneció con ataques y cerca de las once de la mañana comenzó a alucinar y, en su alucinación, habló cara a cara con Dios e hizo el pacto de encontrarse con él porque era creyente. ¿Dónde? En el cerro que estaba frente al pueblo, a las seis de la tarde. Si fuera posible tenía que llevar con él a toda su familia. Pero como los que estaban sanos, no sufrían el mismo suplicio, no podían comprender lo que le estaba sucediendo. Todos se opusieron que vaya al cerro. Y me llamaron para que yo haga algo. Entonces viajé, pero recién llegué al día siguiente, cuando el muchacho ya había regresado del monte a casa. Parecía normal y tranquilo. Le pregunté: ¿Qué tal tus revelaciones? ¿Haz visto algo? ¿Haz hablado con Dios? Él dijo: ‘yo mismo no sé cómo fue lo que sucedió. No hay palabras. Parecía estar consciente de lo que estaba haciendo y diciendo, y al mismo tiempo no. No sabía qué es lo que me estaba sucediendo’.

Pasé el día en casa, dormimos allí, y todo estaba normal. Al día siguiente, a los ocho de la noche, yo volví y, desde ese día inédito, no tuvo más ataques epilépticos. Y ahora está sano.

Siempre ocurre así. Cualquier enfermedad que entra por una determinada puerta tiene que salir, también, por la misma puerta. No puede ser expulsado por otra ya que, si fuera así, la víctima tendrá que ser eliminada. Si la enfermedad entra por las puertas de la dimensión espiritual, tiene que salir por la misma puerta. Y es así como sucedió en aquella ocasión. La víctima quedó libre gracias a su gran confianza en la generosidad de la madre Existencia, de Dios.

Cualquier sufrimiento llevado hasta el extremo, un suplicio llevado hasta el límite, es siempre como un trampolín para alcanzar la liberación. Ahí vemos que el que hace el milagro, o lo que se llame, no es el curandero, no es el Yatiri, no es el sacerdote, no es el monje, no es nadie que pertenezca a un grupo religioso, es decir, no es un funcionario de alguna religión que tiene un título o un reconocimiento, o actos de asistencia caritativa, sino la fe del que padece, la confianza de la víctima que termina conmoviendo la compasión de toda la Existencia. El Microcosmos toca el corazón del Macrocosmos, vía camino interior. Y así es como sucede: después de la oscuridad, viene la luz del amanecer; después del llanto, la risa; después de la tristeza, la alegría; después del sufrimiento, la liberación.

El muchacho padeció el dolor hasta el extremo y que, ese mismo sufrimiento, vivido profundamente, procuró su liberación. Sin embargo siempre hay la tentación de decir que: ‘yo lo hice posible, aunque algunos dicen que Dios está haciendo por medio de mí, yo sólo soy su instrumento…’ o cosas así. Esos que dicen esas cosas no son más que políticos o ministros de una religión organizada, porque pertenecen a un grupo o a una secta y, por eso, son hipócritas que, en el fondo, están diciendo que yo he hecho o estoy haciendo esto o aquello. Son propagandistas o que están haciendo un acto de autopromoción.

Pero Jesús no es un propagandista, comprende de otro modo las cosas, por eso dice: VETE, TU FE TE HA CURADO. Es decir, tú eres el protagonista de tu curación. Yo no tengo nada que ver. Entre tú y la Existencia es el asunto. El asunto no es conmigo. Jesús es tan honesto que ni siquiera dice que Dios te ha curado, o Moisés, o David, o este profeta o aquel otro. Dice simplemente: ‘TU FE TE HA CURADO’. En ese nivel de consciencia más del ochenta por ciento de nuestras enfermedades pueden ser curados. Pero ese nivel de consciencia sólo, individuos como Bartimeo, que ha profundizado su ceguera, puede terminar propiciando su propia curación. Y para reconocer esa curación, tendrá que adquirir ojos, cualitativamente, iguales al de Jesús. Pero ello, ordinariamente, no es posible, porque el noventa y nueve por ciento de la gente ve todo según la óptica de una multitud de prejuicios.

Los pobres, los indefensos, los vulnerables, pueden desarrollar ese nivel de consciencia, la cual no está fuera de nuestro alcance. La pobreza vivida hasta el extremo, vivida en profundidad, puede encender el fuego de la consciencia; el sufrimiento, vivido intensamente, puede encender el fuego de la consciencia; el suplicio vivido tan profundamente, puede encender también el fuego de la consciencia; pero esto tiene que ser llevado acabo de manera absolutamente individual, en algunos casos acompañado por un Maestro pero, un maestro, que individualmente haya desarrollado todas sus potencialidades y que la fuerza misma de toda la Existencia descansa en él. Un maestro no puede ser un gurú, un sacerdote, un derviche, un filósofo, un Yatiri, en todo caso, un tipo adscrito a una jerga de negociantes del ámbito espiritual. Ellos son sólo funcionarios que responden a su club o a su organismo al cual representan, pero son incapaces de ser poseídos por la Existencia.

Por eso ésta clase de curaciones o fenómenos no pueden llevarse acabo en grupo, en caravana, en masa, porque la masa opaca o chupa la energía individual que se esconde en un individuo. El individuo tiene una energía capaz de mover el mundo entero, porque es un Microcosmos y, el microcosmos, es el Cosmos o la Totalidad en semilla, al igual que una semilla contiene un árbol grande. Así es el ser humano y así son todos los seres que habitamos este planeta.


Por lo tanto: esta clase de curaciones o fenómenos pueden ser llevados acabo por aquellos que han logrado sintonizar su consciencia con la Super-consciencia de la Existencia, de la Totalidad, de Dios. ¿Por qué? Primero: porque, el Maestro, está poseído de la Totalidad y que, por eso, sólo una palabra, sólo un toque, sólo una mirada, y el milagro ocurre. Segundo: porque, la víctima, que ha profundizado el sufrimiento, hasta que finalmente terminó trascendiendo su enfermedad, se convierte en Maestro de su propia enfermedad, así como el otro estando completamente poseído por la Existencia se ha hecho uno con la Existencia. En esa fusión de ambas, en ese encuentro, cuando el microcosmos se ha vuelto Cosmos, ocurren los milagros. Y éste es el misterio de la Unidad del Microcosmos y el Cosmos, donde la generosidad del Cosmos, de la Existencia y de la Naturaleza, termina absorbiendo el individuo. Y la gota de agua, ha llegado al Océano.



Khishka

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